"Tenemos derecho a ser iguales cuando la diferencia nos inferioriza; tenemos derecho a ser diferentes cuando nuestra igualdad nos descaracteriza. De allí la necesidad de una igualdad que reconozca las diferencias y de una diferencia que no produzca, alimente o reproduzca las desigualdades”

Boaventura de Souza Santos







miércoles, 23 de julio de 2008

me dio mucha risa cuando me lo preguntaste, o talves fue por como lo hiciste, pero si, soy una pedilona!

por: Chiara Roggero

A veces lloro y no sé por qué lloro. A veces me peleo y no sé por qué estoy peleando. Me inquieto, me angustio, no puedo dormir pensando en millones de cuestionamientos que no tienen nada que ver el uno con el otro, pero que de alguna manera yo termino uniendo. Cuestionamientos forzosos, inventados, exasperados que no llegan a aterrizar en ninguna respuesta obvia o clara, y claro eso termina angustiándome aún más. Lo cierto es que las mujeres nos jactamos de ser un género conciente de lo que quiere y del lugar a dónde va, pero a la hora de la hora, estamos perdidas y nos cuesta resolvernos.
Las mujeres tenemos en nuestras cabezas dos realidades, la nuestra y la verdadera. La nuestra responde a una ilusión, a un prototipo de perfección, a lo inalcanzable. La verdadera tiene un nombre y un apellido y por las mañanas tiene mal aliento. Es que así somos las mujeres, queremos lo que nunca vamos a poder tener, y si por esas cosas extrañas de la vida llegamos a tenerlo, nos damos cuenta de que estábamos equivocadas y de que en realidad lo que queremos es justamente lo contrario. Todo eso nos lleva a no conformarnos con nada, y por eso nos volvemos tan exigentes con los hombres y por eso es que les demandamos tanto todo el tiempo. El hombre resulta ser la persona perfecta con quien desquitarse ante tanta frustración. Porque el hombre “es culpable de que yo no tenga la vida que siempre soñé”.
Mucho más que ustedes, las mujeres le damos una importancia al amor en nuestras vidas, diría yo, prioritaria. El trabajo, el deporte, el sexo, los amigos, el dinero, los logros, el arte, los viajes, el éxito, la fama, todos ellos están muy por detrás del amor. Desde niñas nos hacen soñar con el príncipe azul, ese que viene en un caballo blanco a rescatarte (¿rescatarte de qué?, no lo sé) y a hacerte la mujer más feliz del mundo. No recuerdo haber leído de niña ningún cuento donde al final venía el jefe y te duplicaba el sueldo, tampoco recuerdo haber leído: y entonces la princesa abandonó al príncipe y se fue con el regordete bufón, que para colmo era su primo hermano. Es decir, desde chicas nos enseñan a desear lo mismo y hasta nos construyen a este hombre inexistente que se encargará de hacernos felices, tan felices que nada más nos importará. Pero cuando crecemos y nos enamoramos y pasan un par de meses, nos damos cuenta de que nuestro hombre no tiene nada de príncipe y mucho menos de azul, y que todo eso que nos habíamos imaginado no lo tenemos, y así señores se presenta la temible frustración.
Pero a pesar de tomar conciencia de ello, la mujer terca como ella sola, cree que SÍ, el hombre perfecto existe, sólo que no es su novio o su marido. Las películas de Hollywood tampoco colaboran para romper el mito, los cantantes de esas canciones que dicen justo lo que a una le gustaría que le digan, tampoco ayudan, pues varón. En algún lugar tiene que existir ese hombre perfecto, que apague la tele los domingos para conversar sobre temas interesantes, que te agarre la cara cuando te bese y que se atreva a salir por la ventana y gritarle al mundo: ¡Chiara te amo! Y con todos esos deseos nos enfrentamos a la triste realidad: un zapping casi obsceno, pizza en la cama y calzoncillos con elásticos vencidos.
Lo cierto es que las relaciones con el tiempo cambian y las mujeres con el tiempo queremos más pero ustedes dan menos. Las mujeres les exigimos a los hombres más de lo que le exigimos a cualquiera y por supuesto mucho más de lo que nos exigimos a nosotras mismas. Soñamos con ese hombre perfecto pero no nos preguntamos si nosotras lo somos para ustedes, en realidad suponemos que lo somos. Y sí, un poco soberbias somos.
Uno de nuestros grandes errores es esperar algo determinado del hombre. Creemos que lo que queremos es lo que nos tienen que dar, creemos que nuestros pilares son lo correctos y no hay otros que valgan. Pero lo cierto es que somos distintos y lo que para nosotros es importante, seguramente para ustedes no lo es tanto. Es la ley de la vida.
Primera verdad entonces: una mujer nunca pero NUNCA va a estar conforme con lo que tiene. Siempre va a existir el “unpocomás” o el “unpocomejor”. Y es por eso que va a estar en constante demanda por más y más. Una metáfora perfecta y muy femenina es el orgasmo de una mujer. Yo puedo tener un orgasmo genial, maravilloso, veo pajaritos de colores y todo, pero puedo preguntarme luego: ¿y si hay más pajaritos? ¿Y si todavía puedo sentir más? Y eso es un círculo vicioso amigos, porque no hay una señal que te indique: ¡Felicitaciones Chiara! ¡Llegaste al máximo, ese fue el orgasmo más intenso que puedes sentir! Bueno, algo así nos pasa con ustedes los hombres y creo que con todo en la vida.
Como casi todos los dilemas de las mujeres, este no tiene una solución. Sé que los volvemos locos pidiéndoles más y más y sé que ustedes no son nuestros títeres que deben encargarse de nuestra felicidad. Somos expertas en presionarlos y ustedes son capos en rechazar las presiones. Y está bien porque nada tiene que hacerse a la fuerza, además lo que nos importa a las mujeres no es salirnos con la nuestra, si no sentirnos especiales, a pesar de la edad, de los rollos en la cintura, a pesar de todo. En el fondo nuestro fin no es tan malvado como parece, será infantil, responderá a inseguridades, pero malvado no es. Así que lo primero que puedo decirles es que antes de ignorarnos, lo piensen dos veces y recuerden que tenemos una cabeza que no para y que siempre necesita más, es patológico. Pero eso sí, nunca vayan a cometer el error de complacer todos los pedidos de una mujer, porque mientras más complazcan, más pedidos habrá y la cadena crecerá y crecerá y Dios los lleve en su gloria.
De todas maneras creo que las mujeres se están modernizando, están empezando a independizar su felicidad de lo que le puede dar un hombre. Primero me hago feliz a mí, y luego dejo que me hagan feliz. Así que otro de mis consejos es que busquen a esas mujeres libres y seguras que no necesitan demandarle tanto al otro si no más a sí mismas… un momento ¿a quién engaño? Esas no existen ni en un juego de Playstation. Es verdad, en cada mujer hay una pedilona y una inconforme, algunas somos peores que otras, pero todas tenemos un poco de eso. No nos van a cambiar y nosotros tampoco a ustedes, pero es importante que nos escuchen con apertura y si encuentran algo de razón y menos de capricho, será lindo que nos complazcan, finalmente nadie más bella que una mujer para complacerla. ¿O me equivoco?

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